El cambio climático se ha convertido en uno de los temas más importantes de la agenda nacional e internacional tanto que mientras escribo estas palabras se han dado cita en la isla indonesa de Bali bajo el auspicio de Naciones Unidas miles de líderes gubernamentales de más de 180 países diferentes, grupos de presión industriales y activistas medioambientales para dar el primer paso en las negociaciones sobre un futuro pacto que sustituya el protocolo de Kyoto, aprobado en 1997 y que expira en el año 2012.
Los factores que han determinado esta situación de alarma sobre el caos ecológico han sido diversos. Por un lado se encuentran las personas defensoras de llevar a cabo acciones inmediatas, actúan a través de los medios de comunicación o el cine como ocurre con documentales como el realizado por Al Gore, ‘Una verdad incómoda’ o el recientemente creado por ‘National Geographic ‘Tierra’; y por otro, las recientes catástrofes ecológicas que han sacudido diferentes partes del planeta, como el huracán Katrina en Nueva Orleans o las lluvias torrenciales que anualmente se cobran cientos de vidas en los países asiático.
No obstante, esta alarma no se reduce al siglo XXI. El protocolo de Kyoto, aprobado en 1997 y suscrito por más de 180 países para reducir la emisión de gases que causan el efecto invernadero, fue el primer esfuerzo mundial para frenar el calentamiento global, a pesar de que no se sumaron algunas de las grandes potencias industriales más importantes como EE.UU. y Australia.
Para algunos, el calentamiento global responde únicamente a la teoría por la cual las temperaturas fluctúan por razones naturales. Para otros, se trata de un problema que es necesario afrontar de manera urgente ya que las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas. El autor del escrito, Vaclav Klaus, señala que esta alarma global es un claro ejemplo de propaganda política enfrentada a la verdad, una minoría agitadora frente a una silenciosa mayoría, pudiendo retraerse las libertades y la democracia. En esta línea, en 2004 se planteó a un grupo de sabios que incluía a varios premios novel la pregunta: ¿cuál sería el problema global que debería abordarse en primer lugar? de manera que las conclusiones obtenidas dieron lugar al ‘Consenso de Copenhague’, siendo el resultado la lucha contra el SIDA y la malaria, la erradicación de la pobreza y la malnutrición, las barreras arancelarias, el acceso al agua potable y la educación, y en último lugar, el cambio climático. En esta misma línea, Xavier Sala i Martín, apunta que “una vez se comparan las urgencias y las necesidades, los costes y los beneficios, los pros y los contras, la lucha contra el cambio climático no es nuestra prioridad”.
Sin embargo, si todos los países del mundo consumiesen lo que consumen los países más desarrollados, necesitaríamos cuatro planetas como el nuestro para poder seguir adelante. La globalización ha reducido el número de personas que viven en situación de pobreza en el planeta. No obstante, la globalización es un fenómeno reciente, debe buscar fórmulas para ser más eficaz con los recursos con los que juega, mejorar para extenderse en el espacio y en el tiempo. Para una gran parte de la comunidad científica, la influencia humana es perceptible en el clima mundial, por lo que existe un riesgo latente que puede acabar con el ecosistema de forma alarmante. Si no se actúa de acuerdo a los riesgos que se nos presentan en innovación y sobre todo en eficiencia, los resultados pueden llegar a ser catastróficos.
Siguiendo al profesor de la Universidad de Harvard, Edgard O. Wilson, existe una analogía entre una gran diversidad biológica y zonas geográficas con temperaturas estables y en este sentido, las zonas tropicales que poseen una gran biodiversidad natural son las áreas geográficas más castigadas por la explotación humana indiscriminada. Actualmente, desaparecen 17.000 especies por año, lo que provoca la desaparición de ecosistemas enteros, por lo que de un solo golpe la humanidad puede llegar a perder mucho, sin posibilidad de recuperación. No se trata de que el mundo pueda perder belleza estética, diversidad de fauna y de flora, sino que pueden desaparecer especies fundamentales tanto para la supervivencia del hombre como del medio que le rodea.
La libertad implica tanto derechos como deberes. La explotación humana de los recursos naturales es un hecho que implica una serie de medidas para fomentar la sostenibilidad medioambiental y garantizar el bienestar de generaciones venideras. Tanto las organizaciones internacionales como los países más industrializados del mundo pretenden alcanzar acuerdos con el sector público, privado y asociaciones ecologistas para reducir de forma original y eficaz las emisiones de gas que favorecen el efecto invernadero. Tanto Naciones Unidas, como la Unión Europea o el Grupo de los países más industrializados del mundo (G8), como Estados Unidos, Francia o Inglaterra, entre otros, estudian acuerdos para reducir las emisiones de gas invernadero sin que por ello se enfríe la economía mundial.
Según declaro recientemente la ministra española de Medio Ambiente, Cristina Narbona, por primera vez desde que se firmó el Protocolo de Kyoto en España se han reducido las emisiones gases de efecto invernadero y se ha generado un crecimiento económico del 4%. A través de estas palabras, Narbona pretende mostrar que la lucha contra el cambio climático no tiene porque estar reñida con la evolución del mercado económico y que limpiar el medio ambiente y reforzar la economía creando riqueza y puestos de trabajo son dos procesos que van de la mano. Asimismo, muchas empresas se han dado cuenta de esta nueva situación y se ha creado un importante abanico de posibilidades en el campo de investigación y desarrollo en materia de energías limpias como la posibilidad que ofrece el ser una empresa respetuosa con el medio ambiente.
España posee unas características geográficas y climatológicas muy ventajosas para la aplicación de las energías renovables eólicas y solares, pero el sol no brilla siempre y el viento no sopla constantemente, por lo que España debería trabajar e investigar para poder contener la energía renovable que obtiene. Por otro lado, la energía nuclear, que se encuentra actualmente en el centro del debate social, posee posibilidades favorables para asegurar un suministro limpio y seguro, aunque la energía nuclear no emite CO2, sólo proporciona el 5% de la energía mundial, lo que lleva a que con las 400 centrales existentes en el mundo en 2025 habrá déficit de uranio. Además, la población española se manifiesta contraria a esta aventura, por lo que de llevarse a cabo su aplicación conllevaría un largo proceso de concienciación, que por otra parte abriría a España a una dependencia energética exterior mucho menor de la que tiene actualmente.
El retroceso de los glaciares es el ejemplo más visible del calentamiento global y los científicos más alarmistas auguran que la subida de temperatura para el siglo XXI será de 1 a 3 grados, mientras que cuando se formaron los glaciares la diferencia de temperatura con respecto a la actualidad era de sólo 5 grados. Cuando se mezcla ciencia y política hay que ser muy precavido, porque la política cuenta con unos recursos escasos que tiene que diversificar en función de las amenazas y riesgos presentes en la agenda política. Un integrismo medioambiental puede acarrear consecuencias muy negativas a otros problemas que la humanidad también tiene que hacer frente. A medida que los conocimientos mejoran, las predicciones científicas son cada vez más optimistas. En este sentido, el documental ‘Una Verdad Incómoda’ señala que en 2003 murieron 34.000 europeos por la ola de calor que se extendió por todo el continente. No obstante, según un estudio del grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de la ONU presentado este año, los altibajos climáticos locales como los que sufrió Europa en 2003 no se pueden relacionar con el aumento del CO2. Por otro lado, las temperaturas han subido en todos los continentes excepto en el Antártico. La masa de hielo en el Ártico ha bajado y algunos glaciares están remitiendo, no obstante la cantidad de hielo en el Antártico ha aumentado.
La solución al problema del calentamiento global debe ser un acuerdo consensuado por todas las naciones bajo el amparo de un organismo internacional como el de la ONU. Las diferentes opiniones radicales, politizadas y fundamentalistas deben ser apartadas para crear un acuerdo equilibrado y eficaz teniendo en cuenta que la humanidad afronta muchos más problemas importantes, como son la pobreza, el SIDA, la malaria,… evitando así toda posibilidad de alcanzar un compromiso que afectase de manera radical el curso político y económico mundial.
Antonio Cayarga
viernes, 14 de diciembre de 2007
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