martes, 26 de junio de 2007

CHINA, ¿REVOLUCIÓN O TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA?

El gigante chino se enfrenta a un futuro lleno de interrogantes que trata de descifrar cada día, mientras que el gobierno de Hu Jintao, el más reformista de toda la historia, parece dar un paso hacia delante y otro hacia atrás ante una democratización que la sociedad internacional considera vital.

A ningún observador se le puede escapar la penosa situación por la que pasa el país, que enmascarado en una economía fuerte, viola sistemáticamente los derechos humanos, privando de todo tipo de libertades a una sociedad que cada vez está siendo menos igualitaria. El número de personas contrarias al régimen crece tan rápido como su economía y como crece la distancia entre los favorecidos y los desfavorecidos, precisamente una circunstancia que puede llevar a una revolución social que tumbe al actual régimen. Pero, no nos engañemos. Uno de los elementos fundamentales para que una revolución se origine radica en la crisis del sistema gobernante, y en la dificultad del gobierno para llevar a cabo su función, esto es, gobernar. Y no hay indicio alguno que haga pensar que esto esté sucediendo.

El gobierno chino controla la China de hoy con firmeza y no muestra ningún síntoma de debilidad. Su tarea se basa en el control absoluto de la economía que hace que el control de la sociedad sea aún más fuerte. China, tiene una gobierno-dependencia económica fortísima y, en estos momentos, una revolución sería inviable.

Por otro lado, China no está quieta, sino que está transformándose lentamente, tan lentamente que a primera vista, tal vez, no se pueda apreciar más que la transformación económica que ha vivido el país desde el gobierno y la apertura al exterior de Den Xiaoping. Sin embargo, no sólo es la economía la que se transforma, sino que tras ella, se están dando pequeños pasos que generan un número mayor de libertades. No quiero decir con ello que este número de libertades vengan por la obra y gracia del gobierno de Hu Jintao, sino que son libertades contra las que no se pueden luchar, y ante las que el gobierno se ve en la necesidad de adaptarse y aceptar. Sirva como ejemplo la proliferación de internet, que pese a la gran cantidad de gasto público invertido por el gobierno en controlar las nuevas comunicaciones, éstas han supuesto sin duda un grado mayor de libertad de expresión.

El caso chino, y aquí es donde surge el punto más interesante, no es equiparable a nada que haya sucedido anteriormente. Podemos intentar comparar su situación con otros países socialistas si nos atenemos a su desviación política, o podemos equipararlo al caso de la India si nos centramos en su extensa demografía, pero en realidad, el caso de China es más peculiar que cualquier caso pasado, y por ello el sistema analógico no se puede emplear más que en determinados momentos.

La meta china de construir una "economía socialista de mercado" es una enorme ilusión. El mercado y sus instituciones de apoyo, principalmente la propiedad privada y el Estado de Derecho, no pueden ser concebidos en el socialismo. Los mercados se basan en el intercambio voluntario; el socialismo destruye la naturaleza espontánea de los mercados y sustituye la libertad individual por el control gubernamental. El socialismo de mercado, aún con las "características chinas," es, pues, un sistema artificial. Y como todo sistema artificial, poco duradero. Parece que el Partido Comunista se está dando cuenta de ello, y se ve en la necesidad de dar su brazo a torcer ante las exigencias liberales del mercado. Pero la reforma a medias genera tensiones: la rigidez del viejo sistema planificador contrasta con la elasticidad del mercado. En China, las viejas instituciones están dando paso a otras nuevas, pero no tan rápidamente como para eliminar una preocupante incompatibilidad institucional.

Como conclusión final, debemos subrayar, que la reforma económica es inseparable de la política. Para despolitizar la vida económica, China necesita cambios constitucionales y una nueva manera de pensar. Las observaciones del académico chino Jixuan Hu son adecuadas para esta tarea:“Al establecer un grupo mínimo de restricciones y permitirle a la creatividad humana trabajar libremente, podemos crear una mejor sociedad sin tener que diseñarla al detalle”. Esta es la idea del derecho, la idea de la constitución. “Sin embargo - añade - aceptar dicha idea significa entender y aceptar la noción del orden espontáneo y del principio de la no - intervención (wu wei) - como bases para la vida económica, social y política”. De este modo se pasaría del “socialismo de mercado” a la nueva idea del “Taoísmo de mercado”, donde, para entender el concepto, sería necesario recordar las palabras del filósofo chino Wing-Tshi Chan y retornar a los escritos de Lao Tzu en busca de guía: “La filosofía del Lao Tzu no es para el ermitaño, sino para el gobernante sabio, quien no abandona al mundo sino que lo gobierna con la no-intervención. El Taoísmo no es, entonces, una filosofía de abandono. El hombre debe seguir a la Naturaleza, pero al hacerlo él no es eliminado; en su lugar, su naturaleza es satisfecha”.

El propio Lao Tzu nos advierte:
“Cuando el gobierno no discrimina y es monótono, la gente está contenta y generosa. Cuando el gobierno es profundo y discriminador, la gente se decepciona y es contenciosa”.

Luis Quintana, licenciado en historia por la Universidad de Zaragoza y master en Relaciones Internacionales por la Universidad San Pablo CEU.

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